domingo, 18 de noviembre de 2012

Sangrado emocional.


             Ese día Caroline amaneció como cualquier otro. Entre las sombras del cuarto, pudo ver la rubia cabeza de Catherine a su lado. Miró el reloj: diz y cuatro. Con las ideas despeinadas, fué hasta el tocador. El maquillaje corrido, las uñas postizas salidas, y el vómito en el piso. Aún no se acostumbraba a tomar, y quedaba en un estado deplorable al vovler de madrugada al departamento. (...) Avergonzada, adolorida, se sentó en la tina a llorar. ¿Qué precio habría depagar para divertirse? ¿Para ser feliz? ¿Esto era felicidad? En el momento se liberaba de todo, se sentía bien. Una pastilla, luces, el beso de una chica linda. O un cigarro, un vodka, y ese hormigueo del tacto de Sebastián. Ya no pensar en cuentas, en papeleos. Que la ciudadanía, que la plata no alcanza, que nos queddamos sin azucar y tu hermano cumple el jueves y no tenes plata para el pasaje. Todo lo ahogaba en una mini y unos stilletos, hasta que el gordo sucio de la esquina te invite un whisky. (Tal vez así llegue al pasaje. O al azúcar)
             Y la vieja de al lado que se le ocurrió poner marichis a todo lo que da. Suavemente, una guitarra se asoma, tímida, entre los "hijaa!" de doña Clotilde. Catherine se había levantado, y había puesto el vinilo de The doors.Caroline se lavó la cara, despejó sus ojos amarillo gatito y se lavó el amargo gusto de verguenza de sus dientes infantiles. Cuando salió del baño, allí estaba su princesa de melena corta dandole la espalda. Sigilosa, se sentó en la cama, abrazó su espalda y agarró sus pechos. "Nunca me dejes" le susurró al oído. De hecho, dudaba que alguna vez fuera a hacerlo. Hacia más de diez años que se conocían, desde la escuela. Les tocó juntas en cuarto grado, y desde allí fueron inseparables. Las ganas de experimentar llegaron a los 14, y a los 17 el amor. Decepcionados, los padres decidieron abandonarlas al formalizar la relación. Desde entonces vivían en este pequeño apartamento del séptimo piso en Barcelona. Las paredes azules (es que quiero que nos siéntamos bajo un océano. O en la panza de una ballena, donde todo lo podemos encontrar, como Pinocho), los candelabros de plata y cristal (una ganga en el mercado de las pulgas), los liliums y la guitarra eléctrica. Ese era su mundo. Una biblioteca ocupaba una pared, dividida entre libros, revistas Vogue y Elle, CDs, vinilos y cassettes.
             Barcelona las había cambiado. Días llenos de colores les habían mostrado todas las cosas bonitas que podían ser. Tardes en la plaza llenas de sol, tomando mate (un hábto uruguayo que nunca eliminarían), soñando con su propio Jorge, o su propia Graciela. Querían adoptar un hijo, crer una familia, enseñarle a la moja del 4A que Dios se equivoca, que serían excelentes madres.
             Pero aún de sus deseos compartidos, cuando se separaban, ambas se sentían solas en este mundo. Catherine no sacaba a Caroline de su espesa tristeza, de su inevitable yprofunda soledad. Era como una bruma que inexorablemente la rodeaba. Y a veces no quería vivir de esta manera.



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